lo hubiera distraído también una avispa que hubiera
entrado por la ventana. Se culpó haber ofendido al
Señor de la Vida y de la Muerte creyéndose maduro
para la vida eterna.
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En otra oportunidad, sintiéndose perseguido
por los que conspiraban en contra de él y, dispuesto
a quitarse la vida en una oscura habitación de hotel,
preparó su revolver sobre la mesa de luz. No
sabemos qué lo distrajo en ese momento.
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Strindberg las llama “tentativas de suicidio”,
nosotros podemos corroborar que fueron ideaciones
suicidas, ya que en ningún momento apareció una
clara decisión, sostenida, de finalizar con su vida.
Esa ideación, pocas veces con la cercanía de
objetos aptos para tal fin, lo acompañó como un bajo
continuo a lo largo de su existencia.
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Otro de los hechos que conmovieron su vida
fueron sus “huidas”.
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Su susceptibilidad se incrementaba día a día: veía
sospechosos que querían robarle sus
descubrimientos como alquimista;
presentía
conspiraciones de damas a las que había
rechazado; sentía un peligro acuciante por un
hombre que quería vengarse porque él había salido
con su mujer, mucho tiempo atrás; se sentía
especialmente perseguido por quienes querían
internarlo en un manicomio. En su incesante carrera
recorrió diferentes ciudades de Suiza, Austria,
Francia, Finlandia y de su propio país.
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¿Qué estatuto darle a estos cambios urgentes,
precipitados, de ciudades?
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Si podemos considerar al acto relacionado con la
pulsión de muerte, con el goce, o sea relacionado
con un dolor que posee una satisfacción oculta que,
como acto verdadero implica que el sujeto haya
renacido pero de un modo diferente, que no sea el
mismo, que se pueda delimitar claramente un antes
y un después luego de su pasaje, no podemos darle
ese estatuto. Nos dice el psicoanalista J.A.Miller
que, para que haya un acto legítimo no alcanza que
haya solo agitación, movimiento, descarga motriz
sino que todo acto verdadero necesita que haya,
además, un decir que encuadre y fije ese acto, que
el sujeto sea cambiado por ese salto significante y
que ese acto como tal, sea indiferente a su futuro.
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No es el caso de nuestro artista atrapado, en este
caso,
en la repetición de la huida,
en la
desesperación.
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Según sus palabras: “Mis angustias son atroces
pero ya no huyo, sé que es inútil”.
atender por sus criadas y se dedicaba poco a sus
hijos. Tuvo doce partos y enfermó de tuberculosis.
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Su padre
, de familia acomodada -a la que le costó
aceptar a la esposa por el humilde origen -era callado,
muy poco comunicativo con sus hijos y su único
placer era tocar el piano y cultivar flores. Él lo define
como “proveedor de todos, enemigo de todos”
.
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La violencia
, según el
psicoanalista Jacques
Lacan, está vinculada a la agresión, nos dice: “Xla
violencia es esencialmente lo esencial
en la
agresión, al menos en el plano humano”. “No es la
palabra, incluso es exactamente lo contrario. Lo que
puede producirse en una relación interhumana es o
la violencia o la palabra”.
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La violencia estuvo presente en su vida desde
niño: sufrió la violencia de los castigos, del tono que
se utilizaba al hablar, de la indiferencia, del miedo
ante la llegada del padre, de los golpes de los
maestros en la escuela, sin mencionar la posterior,
en su adultez.
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Esto y la modalidad de educación, lo llevaron a
definir la familia de esta manera:
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“
Familia
: tú eres el foco de todos los vicios de la
sociedad; tú eres la casa de retiro de las mujeres
que aman sus comodidades, el presidio del padre y
¡ el infierno de los hijos!”
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A pesar de todo, tuvo tres matrimonios y cinco
hijos, intentó en tres oportunidades, formar una
familia pero le fue imposible sostenerla, eran sus
dificultades personales más sus elecciones.
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Volviendo a lo que nos convoca, sus ideaciones
suicidas fueron múltiples a lo largo de su vida, a las
que se les puede dar distintas lecturas:
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La primera fue a los 9 años, enamorado de una
niña con la que nunca habló, “en el colegio, al no
saber cómo transmitir sus sentimientos ni
qué
significaba ese misterio dentro de sí; al llegar a su
casa tomó un cuchillo y dijo “voy a cortarme la
garganta”, su madre creyó que estaba enfermo pero
él no era capaz de contarle lo que le sucedía”.
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Su llamado al otro, su acting-out, aunque no fue
comprendido por su madre ya que él no podía explicar
nada al respecto, tuvo una acogida y se le dio un
estatuto: el de enfermedad, que logró calmarlo.
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En una oportunidad, luego de leer un artículo
que lo conmovió -La alegría de morir- decidió dejar
este mundo, para lo cual se acostó y destapó un
frasco de cianuro de potasio para que expandiera su
aroma mortal.
Sintió acercarse a la muerte
-representada por un agradable y atractivo hombre
con una guadaña- pero fue interrumpido por la
llegada de un mozo del hotel, aunque confiesa que
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